Corrían los locos años 50 cuando el reconocido psicólogo Humphry Osmond comenzó a acuñar el término psicodelia para definir las manifestaciones mentales «en las que se perciben nuevos aspectos» a base de alucinaciones, sinestesia, enteogénesis y cambios en la percepción… sería un coetáneo suyo, Aldous Huxley quién los listase en su obra “Las puertas de la percepción”, que escribió tras la ingesta continuada de mescalina prescrita por el propio Osmond. La mescalina, junto al LSD (sintetizado fortuitamente por Albert Hofmann en 1938), es una de las múltiples sustancias que desde finales de los cincuenta y hasta bien entrados los sesenta utilizó una generación que tenía ganas de experimentar y romper barreras de todo tipo
El periodista Jesús Ordovás, que siguió el rastro de la psicodelia californiana durante los setenta y narró la experiencia en “El rock ácido de California” (editorial Los Juglares, 1975), tiene claro que no se puede obviar la relación entre la música psicodélica y el ácido: «En los años sesenta los grupos de San Francisco habían descubierto al mismo tiempo el LSD (que por entonces no era ilegal) y un país con una economía boyante, pero con una guerra en Vietnam a la que tenían que ir a luchar y morir. Además eran estudiantes de la Universidad de Berkeley, que estaba muy politizada contra la guerra y por los derechos civiles. Todo ello se veía en las letras de sus canciones y en su música, sobre todo en la de Jefferson Airplane, Country & the Fish, Grateful Dead o Frank Zappa. Jefferson Airplane —luego Starship— tenían canciones como Volunteers o We can be together, en las que decían: «Somos fuerzas del caos y la anarquía, vamos todos juntos a derrumbar las vallas, hijos de puta». Y todo eso lo decían mientras se fumaban unos porros o tomaban un ácido».
Durante las últimas dos décadas, el término psicodelia ha vuelto a estar en el punto de mira, resultando habitual ver grupos que practican este género ocupando slots importantes en los grandes festivales y recuperando espacio en los medios especializados; así como sellos o promotoras orientadas en este sonido, (tales como Paw Tracks, Drag City, Goner Records o In the Red entre otras). Pero una escena, desgraciadamente, no trasciende al gran público hasta que se la etiqueta. Y de esta manera, tuvo que llegar el término: neopsicodelia. ¿Pero qué entendemos por neopsicodelia? Como ocurre siempre, lo único más absurdo que una etiqueta es intentar definir qué es lo que abarca. Pero como el ser humano es absurdo en sí mismo, siempre caemos en el juego de intentar desentrañar este misterio.
La neo-psicodelia se populariza a principios de segunda la década del 2000 gracias a la irrupción de bandas como Tame Impala, Temples, Ty Segall, Wooden Shjips, Pond o los prolíficos King Gizzard & The Wizard Lizard. Sin embargo, estos grupos no han sido los creadores de esta corriente, sino que con su éxito están ayudando a visibilizar una escena que ya estaba allí y que todavía no había recibido la atención mediática que merecía. Una escena que empezaba a aglutinarse gracias a la labor de sellos como Trouble in Mind, Fuzz Club o Sacred Bones; además de festivales especializados en estos géneros como el Austin PsychFest (ahora Levitation) o el Liverpool PsychFest.
Una vez definida la psicodelia, bajemos un peldaño más en la escala de las etiquetas. La neo-psicodelia es un género transversal que asimila nuevos elementos al rock psicodélico de finales de los 60. Influencias que provienen de géneros como el rock progresivo, el kraut, el noise o el shoegaze. Podemos encontrar los primeros trazos de neopsicodelia ya a finales a los 80 en grupos como Spacemen 3 o Loop, ambos pioneros en este sentido. En los 90 el género tiene su primera hornada de bandas que influirán de gran manera en las que hoy conocemos. Son los ejemplos de Brian Jonestown Massacre, The Flaming Lips o el colectivo Elephant 6. Todos estos grupos, aunque difieran en propuesta, tienen elementos discursivos y e inquietudes musicales comunes, todas ellas ligadas a la experimentación. Otro de los ingredientes que no podría faltar en la receta de la neo-psicodelia son las atmósferas, los muros de sonido y la experimentación técnico-sonora aparejada a géneros como shoegaze o el noise. Grupos como The Jesus & Mary Chain, The Telescopes, Slowdive, Ride o My Bloody Valentine resultan imprescindibles para entender la vertiente más oscura de esta etiqueta.
Si atendemos a los inicios del siglo XXI podemos encontrar los primeros brotes de esta escena, como pueden ser The Warlocks; los alemanes Vibravoid, que llevan nueve discos a sus espaldas; o Animal Collective, un ejemplo de que la relación entre la música electrónica y la psicodelia está más viva que nunca. Tampoco debemos olvidar tres referencias como Dungen, The Black Angels y A Place To Bury Strangers, que supusieron el primer punto álgido de este movimiento en el siglo y que empezaron a despertar una atención prematura en los medios especializados.
¿Estamos ya en condiciones de definir la neo-psicodelia? Volvamos al presente y, más concretamente, al estamento que mejor maneja las etiquetas en el mundo de la música: la prensa. Pitchfork calificó con un 8’5 a Innerspeaker (Modular, 2010), el debut de Tame Impala, otorgándole la medallita de Best New Music que tanto gusta a los devoradores de hypes. En esa crítica, Zach Kelly definía la música de los australianos como “una conexión entre la psicodelia americana de finales de los 60 y décadas de tradición pop británica, que va desde el pop pastoral de The Kinks hasta la expansividad de The Verve, pasando por la calidez narcótica de The Stone Roses.”
Alejándonos de aditivos y conservantes, podríamos destacar que hoy en día su mensaje no sólo no se ha diluido en la vorágine comercial patrocinada por el Establishment a la que nos tienen sometidos desde entonces, sino que una nueva generación del presente opta por una vuelta a lo sensorial, al espíritu lúdico y a la diversión de la década de los sesenta. Un denominador común entre ellas podría ser que todas están impregnadas de un cierto componente místico y tienen un afán de experimentación. Al contrario de lo que ocurre en géneros como el punk, en los que el mensaje tiene un trasfondo social o político, el discurso de la psicodelia no tiene un destinatario exterior concreto, sino que busca la revolución interior en un sentido más amplio y espiritual. El objetivo es elevar el alma y expandir conciencias. Son muchos los grupos musicales que miran atrás para hacer un viaje mental y temporal, más allá de lo puramente estético. Es el nuevo ‘trip’.
Referencias:
- ALDOUS HUXLEY Las puertas de la percepción. Ed. Chatto & Windus,1954.
- ORDOVAS, JESÚS. El rock ácido de California. 2º Edición Ed. Los Juglares 1983.
- LOLO AZNAR. Analog Love. © Shookdown UNDERZINE 2017