El Altar perdido

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La humanidad ha sentido desde sus orígenes una conexión con lo sobrenatural, con aquello que está más allá de los sentidos, que no se puede abarcar con el limitado filtro que nos ayuda a comprender el entorno donde la vida se ha desarrollado. En cada tiempo y en cada espacio se han recurrido a numerosas técnicas imbuidas de simbolismo para poder conectar con lo que está «más allá» de nuestra percepción; a saber, el uso de plantas, técnicas ascéticas, de ayuno, de baile y trance… todas ellas con el objetivo de comulgar con lo que no podemos ver. Sin embargo, muchas de estas tradiciones y conocimiento se ha perdido con el paso del tiempo. 

Espiritualidad y tradiciones en la era de la Globalización.

Civilizaciones han conquistado, dominado y colonizado pueblos y regiones lejanas; religiones y dogmas han sustituido las antiguas prácticas y conocimientos y, en tiempos más recientes, el auge de la ciencia, la industria y el mercado han provocado un paradigma en el que la espiritualidad ha sido relegada a un plano secundario de la existencia.

En Europa, el poder de la Iglesia ha reinado durante tantos siglos que quedan pocos atisbos de las antiguas creencias, a excepción de algunos de los rincones más lejanos del Viejo Continente, donde las prácticas mágicas y chamánicas han sobrevivido gracias a su aislamiento y, en numerosos casos, en sincretismo con las creencias del cristianismo. Pero ¿por qué es tan relevante este hecho? en la era de la tecnología y la ciencia ¿no hemos superado ya los problemas asociados a la superstición y a las falsas creencias en lo numinoso?

Esta cuestión no carece de fundamento, nos encontramos en un punto de nuestra Historia en la que no pocas personas se encuentran totalmente desligadas de estas líneas de pensamiento. Debido a numerosos factores: educación laica, mercado laboral, la era del ocio, la tecnocracia, siglos de despotismo eclesiástico, con guerras y persecuciones perpetradas en su nombre
a lo largo y ancho del globo…

Muchos más son los motivos, más no se me tenga por una persona acientífica; siempre he transitado las vías del conocimiento y el empirismo, sin embargo reconozco un fuerte potencial en la parte espiritual del ser humano, que le permite conectar con aquellas instancias de la psique y de la naturaleza desdeñadas por el paradigma cultural que ha promovido desde Occidente el sistema capitalista, un sistema complejo que ha ignorado la importancia del desarrollo del ser humano en armonía con la naturaleza, que es, al fin y al cabo, el origen de todas nuestras hazañas.

No obstante, no todo está perdido. Alrededor de todo el planeta existen pueblos que aún conservan el conocimiento acumulado en el transcurso de los milenios, de generación en generación, gracias a su gran capacidad de adaptación a las circunstancias de cada tiempo, lo que ha facilitado la conservación bien de sus modos de vida, bien de sus creencias y códigos culturales. Y es en los últimos tiempos, como a través de los movimientos de reivindicación de las identidades indígenas, a lo largo y ancho del mundo, y a través de los movimientos de la contracultura, como se ha vuelto a poner el foco de atención sobre la espiritualidad.

Desde los años sesenta, bajo el auspicio del movimiento de la New Age, se han expandido
conocimientos sobre las ciencias orientales, las prácticas chamánicas de los indígenas americanos, la vuelta a la espiritualidad primitiva europea de celtas y germanos, aunque muchas veces conjugándose de forma confusa, enriqueciendo tremendamente los conocimientos culturales de diferentes partes del mundo. Dentro de este movimiento existen grupos que intentan preservar sus prácticas ancestrales puras, sin contaminación ni sincretismos, en contra de los que se denominan submakers; es decir, personas que aúnan diferentes cosmovisiones y prácticas ancestrales en lo que se ha venido a llamar el «mercado terapéutico», una parcela en la economía globalizada enfocada a la sanación y el tratamiento de enfermedades, que vende estos conocimientos en el ámbito del healthism o el «mercado del bienestar».

Muchas comunidades indígenas han denunciado el uso mercantil de sus tradiciones y rituales para el enriquecimiento, en un delicado equilibrio entre la expansión de estas prácticas con el objetivo de devolver a la humanidad su arraigo espiritual y el comercio de dichas prácticas, en un mundo en el que el mercado es el medio por el que se pueden expandir de forma global ideas y agencias variadas.

Pero ¿qué es lo que lleva a muchas personas a suscribirse a prácticas culturales ajenas a sus costumbres, desembocando en lo que muchos críticos denominarían apropiación cultural? En un estudio que realicé sobre el movimiento del Camino Rojo algunos miembros me comunicaron la capacidad que tenían los ritos chamánicos de los indígenas americanos para conectar con nuestro pasado y recuperar las tradiciones espirituales precristianas. Además del hecho de que muchos practicantes de estos ritos llegaban buscando terapias ajenas al status quo médico y farmacéutico, que no sabían resolver muchos de sus problemas sin fármacos y pastillas que los encapsulaba en un tratamiento ineficaz y superficial, dejando de lado la raíz de la enfermedad. Estas ideas conectan con la universalidad de los paradigmas rituales de la Humanidad, los cuales, independientemente de sus diferentes adscripciones socioculturales, comparten modos de narrar y de construir su espiritualidad y su entorno social.

Sin embargo, este no es el único motivo por el que las personas acuden a la revitalización de
espiritualidades perdidas en el tiempo. Cómo afirmaba C. Gustav Jung, el «inconsciente colectivo»; oculto en las prácticas religiosas otorgaba «sentido a la existencia y desempeñaba un papel terapéutico»; (Morris, Brian 1995: 211). Esta es una idea significativa; en el mundo contemporáneo, dominado por el mercado laboral y la globalización, la sociedad no ha sabido proporcionar un sentido de vida más allá del trabajo y el consumo, fundamentando la unidad
grupal en el nacionalismo, muchas veces xenófobo, el odio y la inseguridad existencial.

Así, muchas de estas tradiciones espirituales proporcionarían una unidad grupal y una misión
personal y colectiva que llenarían ese vacío existencial, en contra del nihilismo y los sentimientos derrotistas. Para estas vías, aún queda esperanza en el ser humano.
Es así como los conocimientos ancestrales de los desposeídos, de los oprimidos, están tejiendo
redes globales en una lucha contra el capitalismo salvaje, el desarraigo y el individualismo. Y
estas redes siembran sus frutos en tierras extrañas, en las que este conocimiento fue olvidado
hace mucho. Vienen para recordar cómo éramos antes de que el asfalto cubriera la tierra.

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