T
ener contentos a todos los fans que siguen un fenómeno de multitudes se ha vuelto una
tarea complicada en la era de internet. ¿Quién no ha leído en cualquier red social alguna crítica sobre la mediocridad de la música de algún artista, la bazofia de película que ha visto la semana pasada, o las malas elecciones que están haciendo los guionistas de una serie?
Las facilidades que tenemos en la actualidad para dar nuestra opinión y que la gente la
reciba, la tome en serio y la replique es un hecho histórico sin precedente. En unas ocasiones,
supone una creación inútil de ruido, un fenómeno mediático vacío de contenido, pero, en otras,
deriva en la formación de pequeñas redes de personas capaces de ejercer un cambio social.
Manuel Castells (1) lo define como movimientos sociales, unas “acciones colectivas conscientes cuyo impacto, tanto en caso de victoria como de derrota, transforma los valores y las instituciones de la sociedad”. En la era digital, es enormemente fácil la creación de redes que aspiren a transformar valores y, en algunas ocasiones, consiguen cambiar la sociedad.
Es lo que está ocurriendo con la representación de minorías y colectivos disidentes en
televisión y, en concreto, con las mujeres no heterosexuales. Desde hace unos años, se está
organizando un movimiento de mujeres que, alentadas por el auge de movimientos feministas,
se están organizando para luchar contra la representación normativa y alejada de la realidad de
sus relaciones románticas en las series de televisión.
Cuando aparece en televisión un personaje o una pareja abiertamente no heterosexual o no cisgénero (esto es, transgénero, cuyo género no corresponde con el que le fue asignado al nacer), normalmente posee dos destinos: la muerte (no siempre trágica, ya que suelen encarnar a los villanos), o la ruptura de la pareja, en muchas ocasiones seguida de la muerte de alguno de los personajes. Es un fenómeno que, si bien se lleva estudiando desde hace varias décadas (la organización GLAAD realiza estudios anuales en la televisión estadounidense desde 1980), hasta la actualidad no había tenido la relevancia social que se le otorga ahora.
Para entender el origen de este fenómeno es importante señalar dos aspectos. Por un lado, es usual que los profesionales que crean estas relaciones sean hombres cisgénero y, por tanto, se elaboran bajo su visión. En otras palabras, son creadas para el disfrute del espectador masculino (2). Por otro lado, se hace uso de diversos tópicos hetero-normativos y mitos del amor romántico que convierten la relación en un cliché. Las mujeres no cisheterosexuales están reivindicando que la escasa representación que se realiza de sus relaciones románticas en las series de televisión no se ajusta a la realidad, además de ser el objetivo permanente de asesinos, trágicos accidentes, enfermedades terminales, y cualquier otra forma de exoneración.
Es cierto que en la última década estamos empezando a abandonar los tópicos
heteronormativos y sustituyéndolos por la denuncia social de comportamientos discriminatorios
hacia el colectivo LGTBIQ+, y esto supone una gran evolución. Sin embargo, el amor
romántico se sigue representando como una fuerza todopoderosa, suficiente y verdadera, capaz de resolver cualquier obstáculo y ante el cual debemos arrodillarnos y obedecer sin pensarlo ni un segundo.
Seguidamente, el problema que genera este hecho está directamente relacionado con la adopción de roles y comportamientos en la vida real. La creación de personajes y de historias para la televisión no pasa desapercibida, sino que los espectadores que acceden a ese contenido –jóvenes y adultos, mujeres y hombres, etc.– proyectan sus emociones en esos personajes, y modifican sus estructuras de pensamiento conforme a ellos (3; 4; 5). Es decir, de manera inconsciente, las actitudes y rasgos de la personalidad de los personajes que admiramos u odiamos en las series de televisión influyen en nuestro comportamiento y nuestra adopción de decisiones en la vida real.
Siendo así, cabe preguntarse: ¿qué es lo que aprendemos de una relación romántica cuyo amor se basa en normalizar comportamientos tóxicos en virtud del amor, en renunciar a la intimidad, o colocar siempre a la otra persona –incluso cuando está en juego la propia vida– por delante de nosotros mismos? ¿Qué adoptamos en nuestro comportamiento de todo ello sin darnos cuenta?
Y lo que es más importante: si las mujeres no heterosexuales son bombardeadas una y otra vez con este tipo de comportamiento que, aun no ajustándose a la realidad, es constante en los personajes que ellas admiran y con los que se identifican, ¿qué actitudes esperamos que posean con sus parejas reales?
Obtenido de “La representación de las parejas de mujeres no heterosexuales en televisión”
(María Sánchez-Román). Trabajo de Fin de Grado de Sociología, 2017.
- Referencias:
- (1) CASTELLS, M. La era de la información. 3 ed. México: Siglo Veintiuno Editores,
2001. - (2) GREEN, M. Screenwriting Representation: Teaching Approaches to Writing Queer
Characters. En: Journal of Film and Video. 2013, no. 65(1-2) - (3) HERRERA GÓMEZ, C. Los mitos del amor romántico en la cultura occidental.
- (4) SIMÓN RODRIGUEZ, N. Del mito del amor romántico a la construcción de
relaciones amorosas entre iguales: una mirada feminista. En 5º Congreso Estatal
Isonomía sobre igualdad entre Mujeres y Hombres, Universitat Jaume I: A.G.
GÓMEZ ed.Servei de Comunicació i Publicacions 2009 - (5) PASCUAL FERNÁNDEZ, A. Sobre el mito del amor romántico. Amores
cinematográficos y educación. En: Revista de Educaçao e Humanidades. 2016